martes, 3 de noviembre de 2009

Estética

La humanidad no ha tenido siempre la misma sutileza para diferenciar aspectos físicos que para el pensamiento de derecha han sido siempre razón de estigma y diferenciación de clase.
Durante la edad media y gran parte de la modernidad, la aristocracia y la burguesía hacían más claras esas diferencias relacionándolas directamente con el modo de producción en que se sustentaban sus lujosas vidas. El laburante era negro porque se la pasaba en el campo de sol a sol. El tono lechoso de las pieles reales, en cambio, daba cuenta, además de la supuesta pureza, del lugar que ocupaban en la pirámide social. No trabajaban, no se exponían al sol, por ende estaban muy blancos, tan blancos que podían ver las venas que surcaban sus brazos y deducir de su color violáceo el azul de la sangre de la que hacían gala.
Con el advenimiento de la revolución industrial, el campesino convertido en artesano ocupó su lugar dentro de las fábricas, las mismas horas o más que empleaba en el campo, pero lejos del sol, nuevos males lo azotaban.
La burguesía comenzó a tomar sol, por la misma razón que antes se escapaba de él, simbolizar su estatus. Estar bronceado significa tener tiempo para estar tirado un buen par de horas bajo el sol, sin hacer otra cosa. Además significa veraneo, casa junto al mar, o en la versión actual, poder ir a una cama solar.

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