miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mi vieja está preocupada


por cómo haré para llegar a mi trabajo con el paro de la UTA y porque me cuide con tanta inseguridad que hay en estos días. Mi vieja es muy crédula, pobre. No solo porque cree que tengo trabajo, sino porque, recluida en su casa, no hace otra cosa que mirar la tele, y de a poco la línea entre su realidad y la ficción informativa se le ha tornado difusa. Nosotros –mi vieja y yo quiero decir– vivimos en Paraná, capital de Entre Ríos, algo que ustedes los porteños deben imaginar como una zona selvática donde gauchos e indios aún combaten con lanzas. Pero no es así. Aquí no tenemos subtes subsidiados por el resto de los argentinos, ni siquiera trenes tenemos, pero tampoco tenemos la increíble ola de inseguridad que altera los ánimos de su bien pensante farándula que cada vez que agarra un micrófono cree que le está hablando al mundo entero y hace gala de una brutalidad bien honesta, rayana con lo grosero.
Cosas que tiene la nacionalización de los medios monopólicos, concentrados ellos todos en Buenos Aires, más precisamente en Capital Federal, que federaliza todo lo que sucede en la pelusa de su ombligo.
Decía, aquí no usamos barbijos por la gripe A1H1, ni alcohol en gel, tal vez seamos un tantito incivilizados para su europea formación, pero no odiamos tanto al otro, no nos matan en la calle para robarnos, ni pedimos pena de muerte cada vez que algún delito nos acontece.

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